Opinión

Abuso sexual, la aprobación silenciosa

En esta columna de opinión, la música y profesora de Estado en Educación Musical, Magdalena Rosas, reflexiona sobre el enorme daño del abuso sexual infantil en contextos educativos, a propósito de casos recientes en Coyhaique.

Columnista DeNota

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Aysén
Abuso sexual, la aprobación silenciosa
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Por Magdalena Rosas *

 

Juan Fernández se llamaba el funcionario de la PDI experto en abuso sexual; me lo comentó hace casi tres décadas:  había encontrado en sus años de servicio que, entre profesores de música, existía más abuso sexual y de poder, que en otras áreas de la enseñanza. No supe que contestarle, especialmente porque sentí una tremenda rabia de estigmatizar a mis colegas por unas pocas y malas experiencias.

 

En medio de la investigación de abuso sexual de parte de un profesor, que al final resultó con una condena de cárcel, me llegó por primera vez el testimonio de una niña de trece años que estaba “pololeando” con un profesor de música, pero no debía decir nada porque era secreto. El profesor, casado con hijos, le había dicho a la niña que permaneciera en silencio. Una década más tarde, la chica, adulta joven, se dio cuenta de que había vivido una fuerte experiencia de abuso sexual y de poder, pero nunca hizo una denuncia por temor al escandalo.

 

Acusar de abuso sexual en nuestra sociedad es muy difícil, especialmente en una comunidad chica como la nuestra. Es exponerse a estar en primer plano, especialmente en nuestra comunidad, donde esta practica abusiva, aún hoy, parece estar naturalizada. El abusador, instalado en algún espacio de poder, se ampara frente a la debilidad de las víctimas y el silencio de la comunidad.  La mujer, aunque sea la abusada, opta callar a ser  convertida en “victimaria”.

 

Y así por años y décadas.

 

La victima guarda silencio, aunque tenga que crecer con esta tortura silenciosa, aunque construya una vida esperando hacer desaparecer los malos recuerdos. Pero, lamentablemente la sensación del abuso nunca desaparece si no es tratada adecuadamente por la víctima. El abuso queda ahí, acechante, condiciona los comportamientos y obliga a la mujer a desarrollar un escudo protector del cual le resulta muy difícil salir y que afecta estados muy íntimos de su personalidad, mientras el abusador continúa haciendo daño a otras mujeres con sus prácticas infames.

 

Por una parte, la víctima guarda silenciosa sus heridas y por otra, el abusador sigue impune con su practica de daño, hasta que alguna vez si hay suerte, una u otras mujeres, lo denunciarán con la misma violencia. Quizás algunas valientes harán una demostración masiva, que pondrá nuevamente el tema sobre la mesa, sin por ello dar garantías de que el abusador pagará por sus faltas.

 

La justicia es lenta en reaccionar a estas situaciones y rara vez el victimario paga. Para sostener una denuncia de este tipo se necesita, antes que todo, un tremendo valor y confianza en su círculo inmediato de parte de la víctima. Ella debe saber que está segura para poder denunciar, y esto no ocurre muy a menudo -el abusador elige a su presa- Se necesitan también pruebas y testigos de parte de la parte denunciante, que pocas veces se tienen a disposición para sostener la denuncia. Por último y para peor, la denunciante vuelve a ser víctima cuando denuncia, especialmente porque la justicia reacciona con incredulidad frente a un victimario que aparentemente es “intachable,” aunque la misma autoridad tenga información de que ello no es cierto.  También puede ser que el abusador tenga “santos en la corte”, ¿por qué no? 

 

Pero, en fin, la justicia por algún motivo, cierra los ojos sin que al final haya condena y el abusador siga haciendo de las suyas por décadas.

 

“Estas conductas no se quitan”, me decía el mismo detective de la PDI hace cuarenta años, y está a la vista del que quiera verlo.

 

*Magdalena Rosas es música y profesora de Estado en Educación Musical

 

Etiquetas: #Educación #Juventud
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