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Opinión

Celebración y espiritualidad, un poco de contexto

En su columna de opinión, la profesora y música Magdalena Rosas hace un cruce entre diversas experiencias espirituales, ancestrales y simbólicas que remiten a los ciclos de la vida y la naturaleza.

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Celebración y espiritualidad, un poco de contexto
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Por Magdalena Rosas Ossa*

 

En esta fecha, lo más desolador es ver al viejito pascuero transpirando, abanicándose por el calor.

 

Nadie le dijo que viniera desabrigado, porque aquí en América la Navidad es en el verano. 

 

En Europa, los pueblos antiguos celtas, iberos, nórdicos y eslavos, entre muchos otros, antes de la llegada del cristianismo hace dos mil años, celebraron  en el mes de diciembre el solsticio de invierno, la noche más larga del año y el inicio de los días más largos, la llegada de la luz, el tiempo de comenzar las siembras.

 

En América, este solsticio se celebra originariamente en el mes de junio con los carnavales, fiestas religiosas y el We Tripantu mapuche. 

 

Todos celebramos lo mismo, la llegada de la luz.  Pensando en nuestros pueblos originarios agricultores, la llegada de los días más largos significa el tiempo de la siembra y la cosecha, la abundancia del alimento y nuestra  continuidad como especie.

 

Sin ser peyorativos de la expresión religiosa del nacimiento de Jesús, que se celebra en diciembre, sería conveniente comprender que la Navidad es, desde el punto de vista histórico y sus consecuencias, la mejor expresión de la colonización a la que fueron sometidos los pueblos de América.

 

Con la llegada de los españoles y de la Iglesia católica, llegó la celebración cristiana del nacimiento de Cristo el 24 de diciembre, una celebración al nacimiento del redentor, de quien nos enseña a amar al otro como a sí mismo, el maestro espiritual de parte del mundo occidental.

 

Lamentablemente, todo ello, en América, no tiene nada que ver con el origen espiritual de una celebración europea, que se conecta con lo más ancestral, que es el nacimiento de la vida (después de la oscuridad viene la luz), el solsticio de invierno. Nosotros en diciembre tendríamos que celebrar el solsticio de verano, para celebrar que aún tenemos semillas y larga vida.

 

En nuestro continente, en el mes de junio se celebra el solsticio de invierno, que los europeos celebran en diciembre.  Nosotros, como originarios de América, sería bueno que tomáramos conciencia de ello y participáramos con dedicación en las celebraciones del We Tripantu. No por moda, sino porque corresponde al ciclo de la naturaleza que da origen a este renacer de la luz. 

 

Para nosotros la luz llega después de la noche más larga, en el mes de junio; por lo mismo, debiera ser una celebración relevante en la que celebráramos el nacimiento de un nuevo ciclo de la naturaleza y nos alegráramos tanto como se alegraron nuestros pueblos originarios.

 

*Magdalena Rosas es profesora de Estado y música.

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