Por Benjamín Infante *
Porque en tiempos de ruido, Jara habla sin gritar. Porque cuando la política se volvió espectáculo, ella siguió siendo oficio. Porque no llegó desde el marketing ni desde el privilegio, sino desde el trabajo concreto, ese que conoce el cansancio, la espera y la dignidad de ganarse la vida sin atajos.
¿Por qué Jara?
Porque su biografía no es una anécdota, es una coherencia. Hija de la educación pública, formada en el esfuerzo y no en la herencia, Jeannette Jara no necesita inventarse cercanía con la mayoría social: la ha vivido. Y eso, en política, importa más de lo que se admite. Importa porque ordena prioridades, porque fija límites, porque define de qué lado se está cuando las decisiones dejan de ser abstractas y empiezan a tener nombre y rostro.
Jara representa una política que no pide permiso para incomodar a los poderosos. Lo demostró cuando avanzó en la reforma previsional en un país capturado por las AFP, cuando defendió el aumento del salario mínimo pese a los augurios catastrofistas de siempre, cuando sostuvo que el crecimiento económico no puede seguir descansando en sueldos bajos y vidas precarias. No fue retórica: fueron hechos, leyes, negociaciones duras, resultados medibles.
¿Por qué Jara hoy?
Porque Chile no necesita una épica vacía ni una restauración del orden injusto, sino una conducción sobria, firme y empática. Jara no promete soluciones mágicas ni enemigos fáciles. Reconoce la complejidad del Estado, pero no se esconde en ella. Sabe que gobernar es decidir, y que decidir implica costos. La diferencia es quién los paga.
En un escenario donde algunos ofrecen mano dura sin justicia y otros justicia sin viabilidad, Jara encarna una combinación escasa: convicción social y responsabilidad institucional. Cree en el rol del Estado, pero no como consigna, sino como herramienta que debe funcionar. Cree en el diálogo social, pero no como excusa para la inacción. Cree en el mercado, pero subordinado al bienestar colectivo y no al revés.
¿Por qué Jara y no el miedo?
Porque hay candidaturas que se alimentan de la desconfianza, del repliegue, de la nostalgia autoritaria. Jara, en cambio, propone futuro sin borrar derechos, seguridad sin sacrificar democracia, crecimiento sin expulsar a las mayorías. No promete volver atrás, sino avanzar mejor.
Elegir a Jara no es un gesto identitario ni un acto de fe. Es una decisión racional y ética: apostar por una política que conoce el Estado desde dentro, que ha demostrado capacidad de gestión y que no confunde liderazgo con estridencia. Es elegir a alguien que entiende que gobernar no es mandar, sino hacerse cargo.
¿Por qué Jara?
Porque Chile necesita menos gritos y más convicciones. Menos privilegios blindados y más justicia cotidiana. Menos promesas grandilocuentes y más resultados reales. Y porque, al final del día, la pregunta no es solo quién puede ganar una elección, sino quién puede gobernar sin traicionarse.
Por eso Jara.
*Benjamín Infante es profesor, consejero regional y militante comunista.